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LA VENTANA DEL REY



Olegario González Prado titula al conjunto de sus personales relatos “La ventana del rey” y lo terminará arrojando rosas desde un puente pero antes nos sumergirá en sus vivencias, en sus emociones que le forjaron en esa edad en la que la juventud se asoma al mundo con los ojos muy abiertos y nuestro escritor además lo hace siguiendo la máxima: ver, oír y callar, a la que de su propia cosecha añadirá como estrella de los vientos: aprender.
Olegario nos relata un drama difícil pero lo hace sin excesivo dramatismo quizás porque se lo dedica a sus padres que tanto hicieron por él.
A lo largo de sus 500 páginas, incluido el índice, nos hace partícipe de la miseria, la opulencia, la política, el suspense, la guerra, la diplomacia, la libertad, la influencia, la humanidad, la soberbia, el arte, el deporte, la tristeza, la alegría el humor, el respeto, la injusticia, la angustia, la nostalgia, el amor, la familia, el trabajo, la aventura, el imperialismo, la historia, la biología, la naturaleza… en fin, toda una odisea.
Hace, además, un guiño a su infancia, con ingenio une la creencia y la motivación y ya se vislumbra en sus rememoraciones ese afán de superación que le acompañará toda su vida. En sus palabras: “Una sensación de embriaguez emocional se activaba en mi cerebro cuando, sentado en un cerro que dominaba toda la campiña a lo lejos, después de trabajar, hacía fluir todos mis sentidos y me hacía disfrutar de una simple puesta de sol que se armonizaba al oscurecer con el canto de los grillos y el ruido del arroyo, que hubiese inspirado aún más a Sibelius, cuando compuso “los vientos de Finlandia entre los pinos”. El campo era ingrato en sus fueros, pero noble en su fondo, donde solo una consciencia sana es capaz de legislar” (pág. 40).
Superación, la superación le hace en aquellos días querer una bicicleta para ser guardiacivil, necesitando aprender las cuatro reglas que se las enseña un zapatero que sabe de cuentas y recibe también la ayuda del maestro del pueblo. Y ese afán de superación le llevó a querer ser después aviador y las alas se las dio una cazadora de aviador, así fue primero a Madrid, a conocer a unos aristócratas, los Condes de Romanones, que le envían aún más lejos, a París, junto a sus conocidos los Duques de Windsor, una pareja que vivió su historia de amor aristocráticamente.
Amor, el amor también fue conocido por Olegario en la ciudad de la luz, allí recibió la Carta de residente y se inscribió en el Consulado español, unos papeles que tuvo que añadir a otros que le entregó su propia familia: un acta de desaparecido de su abuelo y una única pista, la radio pirenaica¸ así buscó a su desaparecido entre la exiliada Europa aunque se perdió su rastro como el de tantos otros buenos españoles.

Olegario tiene mucho arte, lo prueban sus relatos a los que se dedica últimamente con varios libros, destacando sus sentimientos poéticos no solo en poesía sino prosaicamente, adornando sus historias con ellos, y también lo hizo en su trabajo, como “cargador” de faisanes, un arte que lo aprendiera de su padre para con perdices, patos y palomas y que él desarrolla y acrecienta hasta llegar a la Granja Gibelvage. El arte en la academia de pintura de Belles Fevilles a la que asistirá; y para “machacarse” el inglés y el francés y poder defenderse por el mundo en el que le toca hacerse un hombre, mediante el sistema Assimil. Se sintió siempre libre para desarrollar su arte en una nación en la que su máxima era "Liberté, Igualité y Fraternité", completando su tiempo artístico, los sábados, con prácticas de decoración CEAC.
Para remate, todo su arte ha desembocado en la idea de una granja cinegética en España, y lo ha conseguido, en Santa Marta de Magasca. ¡Enhorabuena, Olegario González Prado!, escritor, poeta, pintor, criador, cocinero y amigo, etc., etc.


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MariCari, la Jardinera fiel.

{¡B U E N A_____S U E R T E!}

Comentarios

  1. Buena reseña, la que le haces a tu amigo Olegario y ya sabes que vuelves a tener a tu disposición el blog "Leo y Comento" , por si quieres publicarla en él. Chelo.

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